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VILLA ELISA
29-05-2015

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(Villa Elisa al Dia)

29/05/2015 8:47
Las secuelas del alcohol

A diario somos bombardeados con noticias sobre maltratos de mujeres y femicidios llevados a cabo por hombres que han actuado fuera de sus cabales. Esto está ocurriendo cada vez con más frecuencia a lo largo y ancho de nuestro país. Pero, para mi sorpresa, escuché que según las estadísticas, Entre Ríos ocupa el primer lugar en denuncias de abuso y maltrato de mujeres.
Aunque no siempre ocurre lo mismo, en un alto porcentaje de los casos el alcohol y las drogas son los causales de estas desgracias.
De sobra sabemos que el alcohol es un estimulante que obra sobre el cerebro provocando la nulidad (parcial o total) del raciocinio, lo que hace que quienes se encuentran bajo sus efectos no tengan la capacidad de obrar con cordura. Aún así nos reímos del joven que no quiso soplar en el control de alcoholemia a la salida del boliche porque sabía que su registro sería altamente positivo.
Podríamos catalogar al alcohol como una más de las tantas drogas que circulan en el medio, con la grave diferencia de que está legalizado y totalmente aceptado por la sociedad, de donde se considera que “un poco de alcohol no hace mal a nadieâ€. ¡Claro que ésta es una gran verdad! Sin embargo hemos de reconocer que la falta de claridad acerca de lo que significa “un pocoâ€, o el débil e invisible límite existente entre lo que es aceptable y lo que deja de serlo, es lo que provoca consecuencias mayores, las que en muchos casos llegan a ser dramáticas.
Nuestra sociedad sufre amargamente las consecuencias de “un poco de alcoholâ€. Todos conocemos alguna historia triste que protagonizó algún joven un domingo por la mañana luego de haber pasado una “inocente†noche bebiendo “un poco†de alcohol con sus amigos. Sufrimos como padres y abuelos, preguntándonos ¿qué pasa?, ¿dónde fue que fallamos? o ¿cómo se hace para revertir este mal? Es que debiéramos plantearnos el hecho de que quizá les estemos enviando un mensaje equivocado, o por lo menos poco claro a las nuevas generaciones de jóvenes. Porque mientras nos escandalizamos del continuo crecimiento de la violencia y nos alarmamos por la proliferación de las drogas ilegales, aceptamos con cierta complacencia el hecho de que ellos consuman alcohol sin ninguna restricción. “Deben divertirse†– argumentamos – o “es solo los fines de semanaâ€, y no nos damos cuenta de que ahí es exactamente donde comienza todo: en ese invisible, nebuloso, incierto, e impredecible límite entre lo que es aceptable y lo que deja de serlo; entre lo que no hace daño, y entre lo que deja de ser una diversión para convertirse en una adicción, hay una amarga trampa que lleva a la destrucción.
Es necesario entender que las cosas han cambiado mucho y no siempre para bien. Lo que unas décadas atrás, quizá, significaba una borrachera de fin de semana (aunque no fuere recomendable para nadie) no pasaba de eso, y comúnmente bastaba con que un papá pusiera los límites donde correspondieran, o que el joven madurara y reconociera los efectos dañinos de su conducta, para que dejara de hacerlo. Pero hoy los peligros son muchos mayores, porque las experiencias juveniles no se limitan a un trago de alcohol. Lo más probable es que luego de ese trago se comience a experimentar con otras cosas más fuertes y que provocan sensaciones mayores, o sea con las drogas ilegales. Es que todo el ambiente está tan mezclado, tan infestado, que luego del primer o segundo trago ya nadie puede diferenciar entre lo legal o lo ilegal, lo que conviene o lo que no conviene, es decir ya no se ven los difusos límites que existen entre lo que es bueno y lo que no lo es. Entonces y sin darse cuenta, muchos terminan atados a una adicción, presos de situaciones amargas de las que no saben cómo liberarse, solo por comenzar con un “inocente†vaso de alcohol.
Es cierto también que los jóvenes están cada vez más osados, quieren ir más lejos en cada ocasión, buscan experiencias cada vez más profundas y al parecer, pocas cosas los intimidan. Es allí donde, probablemente, seamos los adultos y la sociedad toda quienes debiéramos plantearnos la clase de mensajes que están recibiendo de nuestra parte.
He aquí algo para que consideremos: Hace unos días en un programa radial escuché el comentario de un conocido humorista argentino contando que se había hecho un concurso de cuentos graciosos y los que habían ganado por amplia mayoría fueron los cuentos de borrachos. Me quedé pensando en ello. ¡Claro! Cuando uno escucha uno de esos cuentos se imagina un inofensivo personaje con unas cuantas copas demás tratando de cruzar la calle o de llegar al caballo que lo espera atado a la entrada del bar, y eso nos produce mucha gracia. Pero un día, una angustiada mujer llamó llorando a la emisora donde se estaban contando algunos de estos “graciosos†cuentos, y confrontó al responsable del programa con las siguientes palabras: “Ustedes no saben lo que están haciendo, ustedes no tienen idea de lo que significa convivir con una persona alcohólica. Ninguno de ustedes sabe lo amargo que es, no piensan en lo que sufren los hijos, la esposa, los padres de esa persona. No se imaginan el nivel de vergüenza y de dolor que carga cada día la familia del alcohólico sobre sus espaldas…porque si lo supieran no les daría tanta risa ni se estarían burlando de élâ€. Nunca más ese hombre volvió a trasmitir cuentos de borrachos en su programa radial.
Y…Siiiiiii. Debemos asumirlo. Le estamos enviando un equivocado mensaje a la siguiente generación; porque el alcoholismo no es una broma, ni un chiste, y mucho menos algo de lo que podamos hacer escarnio, porque sin duda detrás de cualquier “simpático borrachito†hay una familia que sufre horrores, y si no lo tomamos en serio de una vez por todas, seguiremos siendo víctimas de la proliferación de este mal y escuchando a diario noticias que no quisiéramos escuchar. Y si somos sinceros con nosotros mismos hemos de reconocer que, de cosas como estas, todos somos igualmente responsables.


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